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Robert Wyatt - Rockdelux - RDL 213 - Diciembre 2003
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Los veteranos del lugar sabrán que un accidente fatal, cuando cayó por una ventana durante una fiesta en junio de 1973 (según describió, "el accidente siguió este orden: vino, whisky, Southern Comfort y entonces la ventana"), no fue suficiente para frustrar la larga, dosificada y siempre intrigante carrera discográfica del batería de Soft Machine, postrado desde entonces en una silla de ruedas. Los que no lo sean, que tomen nota de pequeñas biblias como "Rock Bottom" (Virgin, 74) y "Nothing Can Stop Us" (Rough Trade, 82), de sus paisajes nublados y de su angustia interior, antes de proclamar que Sigur Rós es un grupo revolucionario.
"Cuckooland" (Hannibal-Ryko-Naïve, 2003) transpira algo de la compleja epopeya personal de Robert Wyatt en setenta y cinco minutos de oleajes vivenciales desengañados, de angst contemplativo adaptado a un lenguaje musical falsamente balsámico que, como indica el autor, "no es ni rock ni jazz". Un disco que Wyatt construyó a lo largo de dieciocho meses junto a su esposa, la letrista e ilustradora austríaca Alfreda Benge ("Alfie y yo trabajamos mucho en pareja", revela Wyatt) y diversos colaboradores, y que habla, también y sobre todo, de las tensiones globales del nuevo milenio. Conclusión: el horror nos acompaña. De Hiroshima a Bagdad. Amarga reflexión para un músico siempre comprometido con el izquierdismo que en su día homenajeó a Violeta Parra y Víctor Jara y cuyo activismo le llevó a ingresar en el Partido Comunista Británico.
"Un segundo, por favor. Si me permites, voy a buscar mi taza de té", solicita Wyatt, con voz jovial, desde el otro lado de la línea telefónica. Acomodémonos.
Da la impresión de que "Cuckooland" es un disco influido por el tenso clima político que vive el planeta desde hace dos años...
Normalmente me siento feliz por el simple hecho de vivir mi propio sueño. Pero ahora eso no es posible. Hay una locura general que me afecta. A mí y a Alfie, quien escribió muchos de los textos. Pero no es una elección nuestra, sino que las cosas son así. En Gran Bretaña tenemos un gobierno en el que no podemos confiar.
¿Son la angustia o la irritación política buenas herramientas para componer música?
Creo que no. Pero con la música puedes tratar de llegar a gente que tiene las mismas dificultades que tú. Eso es todo.
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¿Son la angustia o la irritación política buenas herramientas para componer música?
Creo que no. Pero con la música puedes tratar de llegar a gente que tiene las mismas dificultades que tú. Eso es todo.
¿Te sientes un pesimista global?
Nunca me he sentido ni particularmente pesimista ni optimista; no tiene sentido.
Es imposible hacer una generalización respecto a todo el mundo. ¡Hay tantos lugares distintos y tanta gente diversa! Pero ahora me entristece ver que ya nunca en mi vida veré un gobierno británico honesto. Eso me entristece.
El mundo es, efectivamente, diverso, pero hay algo común a buena parte de él: su estado de guerra permanente...
Por supuesto. Hay una gran presión del sistema económico que sólo beneficia a los ricos de occidente. Es lamentable comprobar que, desde la Segunda Guerra Mundial, ha habido un largo proceso de reaparición de ciertas formas de colonialismo.
"Cuckooland" está estructurado en dos bloques: "neither here...", "... ñor there" ("ni aquí...", "... ni allá"). ¿A qué responden esos enunciados?
Tienen que ver con la idea de la desubicación. Vienen de mi reflexión sobre la cantidad de gente desplazada que hay en el planeta. Por ejemplo, "Forest" alude a los gitanos, un pueblo permanentemente desplazado. Uno de los músicos del disco, Gilad Atzmon (saxo, flauta, clarinete), es judío de origen centroeuropeo; procede de una familia que se trasladó a Gran Bretaña. Así que ahora es británico. Pero ha grabado un disco titulado "Exile" porque dice que ese estado, el exilio, es permanente para ellos. Yo no digo si eso es bueno o malo. Sólo hablo de ello.
Brian Eno y David Gilmour formaron parte, en los setenta, de cierta escena de rock progresivo o de vanguardia próxima a la de Soft Machine. Pero, ahora, ¿qué te une a ellos?
Vinieron un poco por accidente, y ambos hicieron unas pequeñas contribuciones muy amablemente. Dave es una gran persona y un gran músico, y de Brian Eno... ¿qué puedo decir? Es un hombre generoso y amable. Como Paul Weller; somos amigos desde mediados de los noventa y nos conocemos bien. Todos ellos han puesto un poco de color y brillo al disco.
¿Crees que a tu música le falta color y brillo?
Siempre he tenido problemas con los discos de cantantes. Las voces suelen tener un rango de posibilidades estrecho en comparación con los instrumentos. Tiendo a preferir los instrumentales, con más colores y matice. Por eso, como yo canto, no quiero que mis disco suenen simplemente como los de un cantante. Me gusta trabajar en texturas distintas, y todo aquél que pueda ayudarme a crearlas es muy bienvenido.
Años atrás adaptaste piezas latinoamericanas, de "Guantanamera" a "Te recuerdo, Amanda". Ahora has grabado “Insensatez”, de Antonio Carlos Jobim y Vinícius de Moraes.
Alfie dice que es lo más vanguardista que he hecho nunca (ríe). Parece que ha sorprendido mucho. Siempre me ha gustado la música popular de todo el mundo, de antes de que llegaran los grandes "bulldozers” del rock'n'roll y lo reventaran todo (vuelve a reír). En mi infancia y mi juventud, en los cincuenta y sesenta, había música popular muy hermosa. Me encantan muchas músicas latinoamericanas, como el tango. Me gustan esas ideas melódicas. Y, por otra parte, creo que era oportuno hacer una canción brasileña debido al momento que vive ahora ese país, con ese esperanzador intento de gobierno democrático. Grabar esa ha sido como saludar a Brasil y desearle suerte.
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¿Confías en el experimento de Lula da Silva?
Bueno, el Banco Mundial y organizaciones como la OTAN son tan fuertes... Les están presionando mucho. Hacer algo que no gusta a los estadounidenses siempre comporta muchos problemas.
Un amigo tuyo, Pascal Comelade, dice que está en contra de la idea de progreso en la música. Considera que no hay que esperar siempre ideas nuevas de un artista; que esa visión es un cliché del periodismo. ¿La compartes?
(Ríe). Bueno, en nuestra civilización hay una idea de progreso que viene de los últimos ciento cincuenta años, con el avance de la tecnología. En el mundo occidental la gente vive más años ahora que entonces. Pero en términos de arte es difícil hablar de progreso considerando que biológicamente los seres humanos somos los mismos que hace miles de años. Las ideas artísticas de los antiguos egipcios o de los indios americanos de hace mil años quizá son más excitantes e inspiradoras que cualquier cosa actual. No hay razón por la cual debamos pensar que cualquier forma de música popular actual sea necesariamente mejor que lo que se hacía, por ejemplo, en la primera mitad del siglo XX. Lo que sí hacemos es desarrollar nuestro propio lenguaje; cada época tiene su forma de decir las cosas. Hay una singularidad. Todos somos únicos. Y es algo maravilloso que debemos celebrar. Pero, en términos de cultura juvenil, es cierto que cada generación quiere su propio imaginario, ser reconocido frente a sus hermanos mayores y sus padres. Eso es razonable; responde a una necesidad biológica.
Da la sensación de que Comelade y tú vivís en mundos propios, poco permeables al exterior. ¿Cómo lo hicisteis para encontraros en el mini-álbum "September Song" (Disques du Soleil et de l'Acier, 2000)?
No trabajamos en el mismo lugar. Pascal había estado animándome durante más de veinte años, en momentos buenos y malos, mandándome cartas y postales: "Espero que estés bien"... Me emocionó mucho. Y encuentro su música más que encantadora; detrás de esa ingenuidad aparente, hay una actividad intelectual. Pero no sé si repetiremos la colaboración. Trato de concentrarme en mis propias ideas, en intentar liberarlas. Lo que yo hago no es ni rock ni jazz, sino un proyecto propio que me resulta más fácil manejar por mi propia cuenta.
El nombre de Soft Machine está ahora en boca de diversos grupos, desde Spiritualized hasta Sigur Rós. ¿Alguna reflexión al respecto?
¿Qué bandas? Ah, sí, alguien me ¡as ha mencionado. ¿Si las he escuchado? Pues... no, debo decirlo. Pero, en fin, cuando empecé había gente mayor que yo que me influyó, y seguro que ellos tampoco tienen ni idea de quién soy yo (ríe). Quizá sea una pauta que se repite.
¿Crees que la prensa es demasiado perezosa al citar siempre "Rock Bottom" como tu mejor disco?
No. Me hace feliz ver que existe ese reconocimiento. "Rock Bottom" fue un disco con el que abrí mi propio camino. Tenía que inventar una nueva forma de hacer discos, y ése fue mi primer paso. Pero aprecio todos mis discos porque he sido parte de ellos. No los juzgo. Es como tener hijos: habrá la chica bonita que gusta a todo el mundo, pero como padre también amarás al chico raro que no gusta a tanta gente. Por otra parte, no salgo mucho de mi vida doméstica y no sé muy bien lo que piensa la gente sobre mi trabajo.
¿Temes las opiniones?
Me dan miedo los juicios en general. Los exámenes, los controles de la policía, las situaciones competitivas... No me gusta estar en una situación en que alguien diga si esto es mejor o peor que otra cosa...
Intuyo que no apreciarás mucho a la crítica musical...
¡Oh, sí! Me siento muy afortunado por el hecho de que haya gente que preste atención a mi música, la escuche y piense en ella. Eso me impresiona. Por otra parte, mi madre era periodista... (ríe).
En la última parte de la conversación, el entrevistador no puede evitar curiosear sobre un período poco comentado de la biografía de Wyatt: su estancia en Castelldefels, población costera de la Barcelona metropolitana, a mediados de los ochenta, en dos períodos de seis meses cada uno. "Guardo una cierta nostalgia de Barcelona. Mi esposa tenía un trabajo como ilustradora de un libro infantil. Estábamos en Inglaterra, era invierno, hacía frío y pensamos que estaría bien ir a algún lugar que tuviera una luz bonita. Y fuimos a Castelldefels, donde pagábamos por el alquiler menos de lo que costaba la calefacción de nuestra casa en Inglaterra".
De aquella Barcelona preolímpica recuerda, sobre todo, "el mercado de la Boqueria, la Rambla, el barrio chino, el frontón, la Fundació Miró y el flamenco y la cultura andaluza que había en Cataluña". Su presencia despertó el interés de algunos periodistas y músicos. "Me invitaron a hacer un programa de televisión, 'Arsenal', y también canté con una pareja muy maja, Claustrofobia - colaboró en su disco "Repulsión" (Justine, 87) -. Estaría bien volver a verles". Hasta aquí el momento revival. Wyatt sigue mirando hacia adelante, aunque sus planes de futuro inmediato no sean muy sofisticados. "Reformar la cocina y el cuarto de baño: éste es mi próximo proyecto". Nos queda "Cuckooland" para amenizar los próximos seis años de espera.
Jordi Biancotto
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