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  Gramola galáctica: Una tarde con Robert Wyatt - El Pais - 11 de marzo de 2014




Gramola galáctica:
Una tarde con Robert Wyatt


A finales de los ochenta, mi mujer y yo fuimos a Castelldefels a conocer a Robert Wyatt y a su esposa, Alfreda Benge, guiados por Juan Bufill y su compañera, Maria Pilar Tirbió. Bufill (poeta, cineasta experimental, crítico de arte y muchas cosas más) era entonces el principal heraldo de Wyatt en Barcelona, por no decir en España. Él me descubrió, casi una década antes, el deslumbrante Rock Bottom, su obra maestra. En los primeros setenta, Wyatt era para mí el batería y cantante de Soft Machine. Primer encuentro: en el disco doble Rock 71 (Rock Buster, en el original), “el de la portada del forzudo” (luego sabríamos que era un joven Schwarzenneger), donde aparecía el tema To Mark Everywhere. Nunca me volvió loco Soft Machine, aunque parece que tenían un directo de impresión, no en vano se los llevó de gira Jimi Hendrix.







Segundo encuentro: la maravillosa Oh Caroline, compuesta y cantada por Wyatt con Matching Mole, el grupo que fundó en el 72, tras dejar Soft Machine. No sé si antes o justo después de grabar el disco de Matching Mole hizo su primer álbum en solitario, The end of an ear. Me hizo una ilusión loca cuando lo pillé en un cajón de ofertas, pero la parte free me pareció latosa y aparqué su nombre.

Hasta que aparece Bufill con su espada flamígera y me dice: “Abre esas orejas y escucha Rock Bottom”. También me dijo: “Escucha de nuevo la excepcional versión de Las Vegas Tango, de Gil Evans, en The end of an ear”. Tenía razón. Bufill casi siempre tiene razón. Sobre los orígenes de Rock Bottom circulan dos versiones, la (más o menos) oficial y la legendaria. Estamos en 1973. La acción tiene lugar en la casa de la pintora June Campbell Cramer (en arte, Lady Jane), mitad musa mitad tutora excéntrica de los principales miembros del rock progresivo inglés de la época (o Canterbury Sound: Soft Machine, Caravan, Gong, Henry Cow, Hatfield and the North, etc), que vive en Maida Vale, en Londres. Wyatt se ha metido de todo, como la mayoría de los asistentes, pero solo él tiene la mala fortuna de caer por una ventana abierta. Según unos, era un tercer piso; según otros, el quinto. Da igual: no se mató de milagro, pero se cascó la columna vertebral y quedó paralítico de por vida. Acerca de la ingesta fatal, Wyatt recordaba "un ponche que estaba buenísimo, aunque nadie sabía muy bien lo que contenía".

La versión legendaria me gusta más, por algo es legendaria. La fiesta está en su apogeo y Wyatt se ha llevado a una chica al lavabo (o viceversa). Su novia, Alfreda Benge (a partir de ahora Alfie, porque hubo confianza), se percata de la maniobra y comienza a aporrear la puerta. A Wyatt le entra una paranoia del nueve y se dice “He de salir de aquí”. Y sale por la ventana, olvidando que está en un tercer o quinto piso. ¿Algún dato a favor de esta versión? La foto que, según algunos, se hicieron a modo de felicitación navideña al año siguiente, en la que Wyatt está ya en silla de ruedas, muy sonriente, ataviado con una túnica multicolor, y a su lado, con humor negrísimo, Alfie Benge empuña un cuchillo de trinchar venado. No, no les pregunté sobre la veracidad de la leyenda: me pareció un asunto inconveniente. Puede que la foto aludiera a una doble culpa: la de él por engañarla, la de ella por llamar frenéticamente a la puerta del lavabo y, en cierto modo, propiciar el vuelo paranoico.

Seamos justos: fotos siniestras aparte, Alfie Benge estuvo siempre a su lado (se casaron poco después del accidente) y fue capital en su recuperación. “De no haber sido por ella”, nos dijo, “yo no habría hecho nada. Bueno, sí: habría bebido hasta la muerte escuchando a Thelonious Monk”.





Más leyendas. Yo estaba convencido de que Rock Bottom era un álbum que surgió como una respuesta emocional al accidente y fue grabado en Venecia, recién salido del hospital. Error parcial. Supe aquella tarde que no lo grabó en Venecia. Lo compuso en Venecia (en buena parte) con un teclado casi de juguete, durante el rodaje de la terrorífica Don’t Look Now (Amenaza en la sombra), de Nicholas Roeg, en la que trabajaba Alfie. “Quizás por eso es tan acuático”, dijo Bufill. Y, nos dijo Wyatt, lo completó y grabó en Inglaterra, en el 74, producido por Nick Mason, el batería de Pink Floyd.

Es evidente, sin embargo, que se hizo después de la caída. Rock Bottom está empapado en dolor: basta escuchar esa voz increíble, siempre a punto de romperse o de echar a volar. Pensé entonces: cada vez que vuelva a ver Amenaza en la sombra veré a Wyatt acercando las manos al teclado, manos temblorosas pero fuertes, Wyatt luchando por salir a flote mientras el agua de un canal subterráneo y oscuro se desborda y sube hacia la luz.

Curiosamente (o no), grabó también ese mismo año una inesperada versión de I’m a believer, la canción que escribió Neil Diamond y cantaron los Monkees en 1966, y que se convirtió en el mayor éxito de su carrera y trepó a lo alto de las listas británicas. El productor de Top of the Pops se negó a que la interpretara en directo porque lo de la silla de ruedas, dijo, “podía resultar deprimente para el público familiar”, pero cuando los miembros de su banda aparecieron sentados en sillas de ruedas en la portada del New Musical Express no le quedó más remedio que tragar.

En 1975 publica Ruth is stranger than Richard (que durante mucho tiempo se vendió, en disco doble, junto con Rock Bottom). A partir de ahí yo le pierdo la pista hasta los primeros ochenta, cuando reemerge con Nothing Can Stop Us, un disco muy combativo (acababa de afiliarse al Partido Comunista británico) y, sobre todo, con una serie de versiones majestuosas que publica Rough Trade (y en España, Nuevos Medios): At Last I Am Free, de Chic, Round Midnight, de Thelonius Monk, Memories of you, de Andy Razaf y Eubie Blake, y, joya de esa corona, Shipbuilding, de Costello y Clive Langer. Aquí yo también me había armado un lío. No es estrictamente una versión, aunque haya acabado pareciéndolo: Costello y Langer la escribieron para Wyatt, que la grabó primero, en 1982, y Costello la cantó un año más tarde en Punch the Clock (1983).





Wyatt y Alfie Benge recalaron por primera vez en Castelldefels en esa época, en el invierno de 1982, y en la apropiadísima calle Estrella de Mar, y al escuchar ese nombre recordé una imagen: mi amigo llegando a la casa de los Wyatt en Londres y viendo, a través de las cortinas de su ventana, un coral rojo, como si vivieran bajo el agua. Nuestra visita debió tener lugar entre el otoño del 86 y la primavera del 87. Vinieron a rodar un espléndido documental de Juan Bufill, El viaje de Robert Wyatt, para el programa Arsenal, que dirigía Manuel Huerga en TV3, la cadena catalana: se filmó en otoño-invierno del 86/87, se estrenó en febrero de 1987, y fue el primer monográfico sobre su vida y su obra. Yo le llevé un disco (no recuerdo ahora si de Allen Toussaint o de Jimmy Reed) porque había leído en algún lado que andaba loco buscándolo. Lo agradeció mucho pero no pudo escucharlo, porque en el apartamento de Castelldefels solo tenían un lector de cassetes y, quizás, cedés.

Aquel apartamento es el que aparece, pintado por Alfie, en la portada de Dondestan, que salió en 1991. Era un lugar muy modesto, con muebles de veraneo; algunos carteles de flamenco en las paredes y, sobre todo, una terraza con un gran ventanal que daba a la playa. Allí escribieron las letras (Alfie) y músicas (Wyatt) de ese disco, en el que aparecen algunos personajes de aquellos días, como el vendedor ambulante que cargaba grandes cajas de objetos africanos y trataba de venderlos en aquella franja de playa, en pleno invierno, cuando no había ni un comprador posible. La tarde que llegamos, Wyatt y Alfie se reían de un grupo de modelos, hombres y mujeres, de cuerpos atléticos, que hacían ejercicios gimnásticos y se fotografiaban a pocos metros de su ventana.

“No es el espectáculo más apropiado para un paralítico”, bromeó Wyatt.

Les recuerdo como dos reyes nórdicos, de ojos claros y melenas rubias, casi blancas. Wyatt parecía también un cruce entre Neptuno y un patriarca ruso, por su larga y pobladísima barba. No tomaban el sol, pero estaban muy morenos: gracias a la terraza, el sol y el aire del mar llegaban hasta ellos.

De la playa había llegado también un gato al que llamaron Lobueno.
Alfie le había puesto ese nombre porque el animal estaba cojo y ella había visto en un restaurante un baldosín con la siguiente frase:
“Lo malo viene volando y lo bueno cojeando”.
El gato había dejado preñada a la gata titular, que estaba en un cajón de la sala amamantando a varios gatitos. María Pilar se llevó uno de ellos.
Le pregunté a Wyatt si seguía siendo comunista. “Más que nunca”. Odiaba, nos dijo, el “narcisismo cultural” europeo. “Empezando por los ingleses, que siguen siendo imperialistas sin imperio”. Le interesaban todas las músicas, y casi cada noche iban a una peña flamenca de Gavà, porque había actuaciones y podían comprar casetes. Allí le llamaban “el inglés” o “Roberto”. Bufill tradujo al castellano los poemas de Alfie en Dondestan porque Wyatt quería leerlos en aquella peña.


Poco más puedo contar, periodísticamente hablando. Fue una velada estupenda, pero no tomé ni una nota y bebimos incontables botellas de vino turbio (al parecer, la bebida española favorita de los Wyatt), que Alfie, Pepita y María fueron a buscar varias veces a un bar gallego. Tampoco recuerdo, por cierto, como volvimos a casa. Aquella tarde escuchamos mucha música (flamenco, sobre todo) y, ya a punto de despedirnos, Wyatt le preguntó a Bufill por algunos artistas españoles con los que pudiera hacer algo. Bufill le habló, en mi vaporoso recuerdo, del entonces dúo formado por Javier Navarrete y Alberto Iglesias, pero él quería algo “más español”, y echó sobre el tapete los nombres de Gato Pérez y de Claustrofobia.

Bufill estaba convencido de que la unión de Gato y Wyatt (con Wyatt como productor, o teclista, o segunda voz, o una mezcla de todo ello) podía dar un resultado excepcional. Wyatt parecía interesado, porque le atraía la mezcla de rumba y ritmos latinos. El proyecto no cuajó. Gato había escuchado a Soft Machine pero no a Wyatt. Vale, ningún problema. Le llevamos unos discos. Le gustaron, aunque no acababa de verlo claro, y la cosa quedó en el aire.

En esa época teníamos una cierta vocación de productores, mitad productores mitad mánagers, y el plural incluye también a Francisco Casavella, DJ Ragnampiza y Joan Riambau (entre otros). Queríamos relanzar la rumba catalana y conseguimos algunos bolos para quienes más nos gustaban: logramos que Estrellas de Gracia actuaran en el Festival de Pineda de Mar y que Ramonet cantase en Costa Breve, el club que dirigía Fede Sardá y que visitábamos con frecuencia.

La propuesta de Claustrofobia salió adelante: Wyatt cantó en un castellano un tanto escuálido el tema Tu traición. Y los Claustrofobia, por cierto, ni siquiera incluyeron el nombre de Bufill en la lista de agradecimientos del disco.  
Tras escuchar de nuevo en selecto programa doble Sea Song (de Rock Bottom) y Mambo, una de las piezas más oceánicas de La Catedral, creo que al que teníamos que haberle presentado para una joint venture era a Sisa. Bueno, todavía estamos a tiempo.

Para Juan Bufill y Maria Pilar Tirbió
       
     
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